miércoles, 30 de mayo de 2012

ANÁLISIS DEL CANTO I DE LA ILÍADA





ACLARACIÓN: Los comentarios en negrita y entre paréntesis son míos. No pertenecen al autor del estudio crítico HONTANAR, de cuyo libro APUNTES DE LITERATURA - HOMERO, (Mosca Hnos, Montevideo, 3era edición, 1962) tomo este análisis.

  El canto I de la Ilíada lleva tradicionalmente como título Peste. Cólera. Es fundamental porque contiene el germen todo el desarrollo del poema. Al mismo tiempo que el proemio de una obra extensa, constituye este canto una unidad en sí misma, de gran valor artístico.
[…]
Todas las cualidades de fondo y de estilo de la poesía homérica pueden apreciarse en este canto: concisión, vigor, nitidez, maestría de composición, oportuna motivación de sentimientos y actitudes de los personajes, belleza, elocuencia y adecuación de los discursos, los cuales por una parte, ocupan aproximadamente las dos terceras partes del canto.
  En cuanto a la estructura del canto, además de la invocación y de la exposición sintética del tema, que constituye una especie de preludio, es posible distinguir dos partes de extensión casi igual:
a) Causas de la cólera (versos 1 al 311) Súplica de Crises a Agamenón y oración a Apolo. La peste. El ágora: vaticinio de Calcas. Disputa entre Agamenón y Aquiles. Aparición de Atenea. Intervención de Néstor. Disolución del ágora.
b) Consecuencias inmediatas de la cólera: (versos 312 a 611). Partida de Odiseo conduciendo a Criseida. Rapto de Briseida. Oración y súplica de Aquiles a Tetis. Llegada de Odiseo a Crisa y restitución de Criseida. Oración y sacrificios a Apolo. Súplica de Tetis a Zeus. Disputa entre Zeus y Hera. Intervención de Hefestos. Festín de los dioses.
  Algunos críticos literarios dedicados a la literatura griega como Croiset, hacen notar que existe una repetición de motivos, un curioso paralelismo entre algunos pasajes de la primera y la segunda parte del canto. Por ejemplo, la súplica de Crises corresponde al la de Aquiles; la disputa entre Aquiles y Agamenón a la contienda entre Zeus y Hera; la actitud conciliadora de Néstor, en el ágora de los héroes, corresponde a la mediación de Hefestos en el ágora de los dioses.
[...]
La acción del canto I trascurre durante el término de veintiún días, casi la mitad de lo que dura el desarrollo del poema.[1]


INVOCACIÓN Y BREVE INTRODUCCIÓN

  El poeta invoca a la musa, llamándola diosa, para que cante la cólera del Pelida Aquiles.[2]
  El poeta enuncia el tema de toda la epopeya: la cólera y sus consecuencias funestas para los aqueos, en cumplimiento del designio de Zeus.
SÚPLICA DE CRISES. LA PESTE.
  El anciano sacerdote reclama la restitución de su hija Criseida, ofreciendo un inmenso rescate: lleva en la mano las ínfulas[3], signo de su condición sacerdotal y expresa que la restitución de su hija será grata a Apolo, “el que hiere de lejos” (o “el flechador Apolo” según la versión). Este epíteto implica una velada amenaza porque las flechas de dios causan la peste o la muerte.
  El poeta plantea la situación con la máxima concisión y brevedad;  no se extiende en detalles sobre el cautiverio de Criseida[4]. La súplica no va acompañada de expresiones de intenso dolor, porque sería inútil tratar de conmover al enemigo; trata de despertar el interés de los aqueos por el espléndido rescate y les da a entender que la injuria al sacerdote puede malquistarlos con el dios.
Crises dirige su súplica en general a los aqueos y especialmente a los dos Atridas[5]. Contrariando la opinión de los aqueos, que deseaban se aceptara el rescate, Agamenón rechaza violentamente la súplica, con injurias y amenazas, ordenando al anciano que parta sin demora y no vuelva pues “quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios.”
El anciano se retira silenciosamente “por la orilla del estruendoso mar.”Aunque  en la poesía homérica no existe propiamente sentimiento de la naturaleza, la referencia al estruendo del mar sirve para realzar el dolor del anciano sacerdote, quien suplica protección a Apolo, recordándole sus piadosos sacrificios: “¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!”
Solidarizado con su sacerdote, Apolo, el dios de la luz, desciende del Olimpo, semejante a la noche, esto es, dominado por la cólera. El movimiento impulsivo y violento del dios iracundo se traduce en sensaciones auditivas: las flechas resuenan en el carcaj o aljaba que lleva sobre su espalda; pronto se oye el chasquido terrible del arco de plata que dispara las flechas, símbolo de la peste. [6] 

 
EL ÁGORA

Aquiles convoca al ágora o asamblea del ejército, para averiguar las causas dela peste, proponiendo que se consulte a un adivino para saber si el dios está irritado porque se dejó de cumplir algún voto o hecatombe.[1]
Calcas, el mejor de los augures, antes de revelar la causa de la peste exige a Aquiles seguridades o garantías, bajo juramento, pues teme irritar a un rey poderoso. (Ese “rey poderoso” es un ejemplo de perífrasis, ya que todos podemos darnos cuenta de que es Agamenón de quien habla. La acotación es mía)
Aquiles promete protegerlo “aunque hablares de Agamenón, que se jacta de ser en mucho el más poderoso de los aqueos.” Esta bravata de Aquiles significa un desafío a la autoridad del jefe supremo, lo que justificará luego la cólera del Atrida, más aún que la exigencia de devolver a Criseida.
El impulso violento de Agamenón se expresa diciendo que tenía “las negras entrañas llenas de cólera y los ojos semejantes al relumbrante fuego.”[2]
Con torva mirada, increpa a Calcas llamándole “adivino de males”[3]
Al verse obligado a desprenderse de Criseida, para valorar esa pérdida y poder exigir una recompensa, expresa Agamenón que la prefería a su legítima esposa, “porque no le es inferior en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza.” Estas palabras expresan el concepto de areté de la mujer.
No debe interpretarse como una sincera expresión de sentimientos esa preferencia de su amante   frente a su propia esposa, sino como la expresión de su amor propio ofendido, al mismo tiempo que un ardid para reclamar una recompensa ante los aqueos. (En lo personal, pienso que la figura de Klitemnestra se ve humillada igual, sean o no sinceras las palabras de Agamenón.)
Replica Aquiles que no es justa la reclamación del Atrida, porque el botín ha sido totalmente repartido (RES IUDICATA: cosa adjudicada, no puede repartirse de nuevo); le promete una recompensa mayor cuando conquisten la ciudad de Troya.
Agamenón le pregunta irónicamente a Aquiles si pretende privarlo de su recompensa conservando él la suya y lo amenaza con quitársela a él, o a Ayante o a Odiseo. (Agamenón, en plena hybris, ciego por la furia, olvida que quien ofendió a Apolo fue él y nadie más que él. Por lo tanto es lógico que sea él quien pague las consecuencias de tal ofensa)
La amenaza va dirigida indudablemente a Aquiles; es el único que reacciona y lo hace con la máxima violencia, reprochándole a Agamenón que ha dejado su patria para luchar contra los troyanos sin ningún motivo personal, por una causa que solo interesaba a los Atridas. Se queja de que aunque sus manos sostienen el peso de la guerra (recordemos que Aquiles es un semidiós y además es invulnerable, solo su talón es su punto débil), le corresponde siempre una parte inferior en el botín y anuncia su propósito de retirarse del combate.
Responde Agamenón diciéndole que puede huir, que no necesita de él, lo desprecia, expresándole que su fuerza no es mérito personal, porque se la debe a los dioses; concluye amenazándole con que él mismo irá a su tienda y le arrebatará a Briseida.[4]
La reacción violenta de Aquiles llega al máximo de intensidad.: comienza a desenvainar la espada para atacar a Agamenón. En ese instante, solo a él, tirándole de la rubia cabellera, se le aparece Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo horrible; lo conmina a que refrene su cólera aunque lo injurie de palabra, prometiéndole que algún día se le ofrecerá una reparación por el ultraje recibido.[5] (Es la manera que tienen los griegos de explicar los cambios internos del comportamiento humano: la intervención de los dioses. Aquiles, a punto de matar a Agamenón,  cegado por la ira, cae en hybris, pero reflexiona a tiempo y no comete el crimen. Se limita a insultarlo, tirar el cetro, a jurar por él –el  cetro  es el símbolo del  poder –, que no volverá a la batalla y que un día irán a buscarlo porque los troyanos los acosarán. Toda la  querella es un ejemplo de hybris creciente, tanto de parte de Agamenón como de Aquiles. No importa que el Pelida tenga razón, importa su desborde emocional, el dejarse llevar por las emociones en vez de tratar de razonar con Agamenón, guiado por el modelo de la mesura, la sofrosine)
Obedece Aquiles la orden de la diosa, que regresa al Olimpo.[6] Envaina la espada e insulta a Agamenón llamándole: “¡Ebrio, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo!”
Al tratarlo de ebrio Aquiles quiere significar que se comporta como tal, procediendo insensatamente; los otros insultos indican que lo tacha de cobarde. Aquiles agravia a los demás aqueos por obedecer a este rey devorador de su pueblo, jura por su cetro que lo echarán de menos cuando sean derrotados por Héctor; pronunciado el juramento arroja violentamente el cetro “tachonado con clavos de oro.”
De ese modo da a entender que solo él es capaz de contener el ataque de los troyanos, encabezados por Héctor, cuyo prestigio y valentía se anuncian desde ya.
[…] Cuando se esperaba la mayor violencia en la reacción de Agamenón, cuando la disputa llegó a su más alto grado de intensidad, se produce la intervención del anciano Néstor, “suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel.”[7]
   Por su oportunidad, por su elocuencia, por el orden en las ideas, por la comprensión que revela del conflicto  pasional entre los héroes, el discurso de Néstor es un modelo acabado de arte oratorio.

Comienza invocando a los dioses y despertando el recuerdo de la patria aquea, la cual sufrirá las consecuencias de la disputa entre los caudillos; al mismo tiempo imagina la alegría de los troyanos si conocieran la contienda.
En segundo término, elogia a ambos héroes, expresando que son los primeros tanto en el consejo como en el combate, pero les exhorta a que se dejen persuadir por sus palabras, porque son más jóvenes que él y porque él, en otro tiempo, trató con hombres más esforzados que exterminaron a los centauros y con quienes no pelearía ningún hombre de los de ahora; sin embargo, aquellos héroes extraordinarios acataban sus consejos. De este modo Néstor funda su autoridad moral. (Néstor es aquí el paradigma, el ejemplo vivo de la sofrosine. Además, es el anciano al que todas las generaciones jóvenes deben respeto y reverencia. Su intervención, desde el punto de vista estilístico marca un anticlímax, una distensión en una disputa que ya había llegado a su punto máximo y que no podía subir más. Eso para el oyente es también un descanso, un discurso lleno de reflexión y mesura ante tanta soberbia, altanería y violencia verbal)
En tercer término reprende a ambos caudillos, elogiándolos, destacando en cada uno sus propios méritos, de tal modo de no despertar los celos entre ellos. (La observación del alma humana por parte de Néstor hace que su inteligencia actúe: al dejarlos equiparados con los elogios, ambos egos heroicos quedan satisfechos y la disputa baja unos cuantos puntos en fuerza y violencia. Lo que no significa que ambos se amiguen)
Dirigiéndose a Agamenón, reconoce su valentía (la cual había sido puesta en duda por Aquiles), pero le aconseja que deponga su cólera y que no le arrebate su recompensa a quien constituye “un fuerte antemural en el pernicioso combate.”
Dirigiéndose a Aquiles, le aconseja que acate la autoridad del Atrida, que no pretenda disputar de igual al igual con el más poderoso de los reyes, que reina sobre mayor número de hombres; si bien conoce que él es más esforzado, no debe jactarse de ello pues se lo debe a la diosa que le dio a luz.
Néstor fracasa en su intento de hacer desistir a Agamenón de la reclamación de Briseida, pero consigue suavizar la reacción de Agamenón, quien reconoce la oportunidad de sus palabras, si bien acusa a Aquiles de pretender imponerse a los demás.
Aquiles, por su parte, expresa que no resistirá la entrega de Briseida, pero lo desafía a que pretenda tomar algunas de las otras cosas que le pertenecen: “inténtalo, en tal caso, tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.”
De ese modo se disuelve el ágora, concluyendo la disputa que puso frente a frente dos vigorosas personalidades: el carácter impulsivo, soberbio y autoritario del más poderoso de los reyes y la rebeldía individual del más valeroso y fuerte de los héroes.
Frente a la vehemencia y fogosidad de los apasionados discursos de los contendores, el anciano Néstor, con su serena majestad y autoridad moral, puso la nota de cordura, de sensatez, de razón. (Sofrosine)
De más está decir que la causa de la querella no fue la posesión de la mujer, sino la ofensa al honor de Aquiles, al verse privado del botín que legítimamente le correspondía como reconocimiento a su valor, a su areté.
La reacción de Aquiles, desertando del combate, anteponiendo a su patriotismo una razón de honor personal, resultaba plenamente justificada de acuerdo a la concepción individualista de los griegos.
Disuelta el ágora, se retira Aquiles hacia su tienda ,[1] parte una nave capitaneada por Odiseo a restituir a Criseida, navegando “por líquidos caminos” y se celebran sacrificios en honor a Apolo.  


ENTREGA DE BRISEIDA. SÚPLICA DE AQUILES

Cumpliendo la orden da Agamenón, “contra su voluntad” marchan los heraldos “por la orilla del estéril mar2 y encuentran a Aquiles junto a su “negra nave”, silenciosamente le hacen una reverencia. El héroe los recibe con dignidad, reconociendo que ellos no son culpables, pues actúan en virtud de la obediencia debida a su rey, “quien tiene el corazón poseído de furor y no puede pensar ni en el pasado ni en el futuro”, es decir que desconoce los méritos contraídos por Aquiles y no advierte la derrota que para los aqueos importaría su deserción.
Briseida, “la de hermosas mejillas” parte de mala gana con los heraldos, Aquiles se entrega al llanto, provocado al mismo tiempo por el dolor y la humillación de verse ultrajado. A las orillas del “blanquecino mar”, invoca a su madre, quien al punto emergió de las blanquecinas ondas, semejante a la niebla, es decir, ligera como la niebla, bellísima comparación. Tetis acaricia a su hijo y le pregunta la causa de su aflicción.
Le relata Aquiles la súplica de Crises, la repulsa de Agamenón y la injuria de que fue víctima. Se utiliza el procedimiento de la repetición, pues parte del relato de Aquiles reproduce textualmente lo ya narrado antes. (Esto cumple en parte la misma función que los versos formularios: que el aeda recuerde. A no olvidar que es literatura de trasmisión oral)
Ruega a su madre que implore a Zeus la derrota de los Aqueos y que le recuerde, para obligarlo, que a ella le debió su liberación cuando fue apresado por los otros dioses olímpicos.
Derramando lágrimas, Tetis deplora haberle dado a luz, de tan corta vida y que sea el más infortunado de los mortales. Le promete que obtendrá de Zeus la derrota de los aqueos como una reparación de la afrenta que le fue inferida.
Se interrumpe aquí la línea central de la narración con la llegada de Odiseo a Crisa, retomando el hilo de ese episodio, que se había iniciado con la partida de Odiseo, inmediatamente a la disolución del ágora. Este pasaje, cuya autenticidad ha sido controvertida (es decir, se cree que es interpolado por otra persona) se caracteriza por el minucioso detallismo, que contrasta con el estilo conciso y vivaz del resto del canto.
Entretanto, Aquiles seguía encolerizado en las veleras naves, no frecuentaba el ágora, ni cooperaba con la guerra, aunque echaba de menos la gritería y el combate. No dice el poema a qué combate se refiere, porque como se da a entender más adelante, los troyanos no salían de las murallas y la primera batalla de la Ilíada está precedida por un prolongado lapso de inactividad bélica. Se ha tratado de salvar la contradicción diciento que los aqueos combatirían con otros pueblos vecinos durante estos días. (Y añado yo: la guerra lleva casi 10 años, tiempo suficiente para que Aquiles echara de menos la gritería y el combate, aunque no fuera el del momento.)

 
SÚPLICA DE TETIS. DISPUTA ENTRE ZEUS Y HERA. EL FESTÍN DE LOS DIOSES
Tetis suplica a Zeus Cronión[1], abrazándose a sus rodillas con la mano izquierda y  tocándole la barba con la derecha, expresiones estas de afecto y veneración. Le suplica que disponga la derrota de los aqueos hasta que den satisfacción a su hijo y le colmen de honores.
Después de un silencio que traduce sin duda una vacilación del dios, temeroso de que lo riña su mujer si favorece a los troyanos, accede a la súplica de Tetis, rubricando solemnemente su promesa con un gesto afirmativo de la cabeza: “bajó las negras cejas en señal de asentimiento, los divinos cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal y a su influjo se estremeció el dilatado Olimpo.”
Estos versos que pintan al soberano inmortal en toda su grandiosa majestad sirvieron de inspiración a Fidias , al esculpir su Zeus olímpico.
Después de la partida de Tetis, todos los dioses rodearon a Zeus, celebrando una especie de ágora o asamblea.
Hera le reprocha que haya mantenido una entrevista secreta con Tetis, pues teme que esta lo haya seducido, obteniendo una promesa favorable a Aquiles y perjudicial para los aqueos.
Zeus se encoleriza al verse descubierto, no puede negar que son fundadas las sospechas de Hera, entonces la amenaza con ponerle encima “sus invictas manos”.
Hefestos, (hijo de ambos) interviene, tratando de apaciguar a los dioses; aconseja a su madre que acate el poder de Zeus, no sea “que te vean mis ojos apaleada”; le recuerda que otra vez quiso defenderla y que Zeus lo arrojó desde lo alto del Olimpo.
Ofrece Hefestos a su madre “una copa de doble asa” y sirve el néctar a los otros dioses, quienes, al verlo, se sienten dominados por una risa inextinguible.
La causa de la risa de los dioses es la figura ridícula de Hefestos, dios deforme, “ilustre cojo de ambos pies” que contrasta con la belleza de Ganímedes y Hebe, la hermosa pareja escanciadora del néctar y  la ambrosía. (Néctar y ambrosía, bebida y comida de los dioses que otorgaba la inmortalidad)
Platón censura enérgicamente esta escena, por entender que la risa excesiva es señal de una gran alteración en el alma; considera que nunca se debe presentar dominados por la risa a los hombres dignos de elogio y menos aún a los dioses.
La disputa de Zeus con Hera y el festín de los dioses constituyen expresiones de maravilloso burlesco. Los dioses aparecen ridiculizados, máxime si de los compara con los héroes. La pequeñez de la rencilla entre Zeus y Hera contrasta con la grandeza de las pasiones que  motivaron la contienda entre Aquiles y Agamenón.  Para apaciguarlos, Néstor se vale de la elocuencia, del convencimiento y la razón; Hefestos se propone atemorizar a Hera, amenazándola con la fuerza física de Zeus; para restablecer la armonía entre los dioses se vale del festín, sirviéndoles néctar, que es el vino de los inmortales.
Al caer la noche, los dioses se retiran a sus palacios; junto a Zeus, en el lecho, se acuesta Hera. Así, con el sueño de los dioses, concluye el Canto I de la Ilíada.






 



[1] El primer día tiene lugar la súplica de Crises; del 2º al 10º la peste, que duró 9 días; el 10º día se reúne el ágora y tiene lugar la disputa entre Aquiles y Agamenón, la partida de Odiseo, la entrega de Briseida, la súplica de Aquileo a Tetis, la restitución de Criseida, la desaparción de la peste. Parece inverosímil que tantos sucesos hayan podido ocurrir en un solo día.
El 11º día ocurre el regreso de Odiseo, la entrevista de Tetis con Zeus; la disputa de este con Hera y el festín de los dioses en el Olimpo, adonde habían llegado ese mismo día, porque desde el 9º hasta el 21º estuvieron en Etiopía.
[2] Pelida significa “hijo de Peleo”; la terminación  ida indica el patronímico. Aquiles era hijo de Peleo, rey de Ptía, en Tesalia y de Tetis, diosa marina.
[3] Las ínfulas eran cintas que pendían de una especie de venda que se ceñían en la cabeza de los sacerdotes. También las usaban los reyes en los cetros y actualmente los obispos en la mitra. En sentido figurado, significa presunción o vanidad.
[4] Más adelante Aquiles relata a su madre que Criseida le fue entregada a Agamenón como parte del botín que le correspondía al conquistar Tebas, “la sagrada ciudad de Eetión”, padre de Andrómaca. Tebas está fundada sobre el Helesponto y según la leyenda fuera fundada por Heracles. No se conoce el motivo por el cual Criseida, que era de Crisa, se encontraba en Tebas; tal vez estuviera allí como sacerdotisa del templo de Apolo Esmínteo.
[5] Atridas son los hijos de Atreo, Agamenón, rey de Micenas y jefe supremo del ejército y Menelao, rey de Esparta. Agamenón es el más poderoso de los héroes; se le llama “rey de hombres” o “rey de reyes”; ejercía influencia sobre los príncipes del Peloponeso y las islas griegas, muchos de los cuales se vieron obligados a acompañarlo en esta empresa porque estaban ligados a él por una especie de relación de vasallaje, análoga a la que existía en el feudalismo medieval.
[6] Apolo era hijo de la diosa  Leto, Latona de los romanos, quien originariamente personificaba a  la noche; unida a Zeus, quien dominaba el cielo, dio a luz en Delos dos hijos mellizos: Apolo, dios de la luz, el sol, y Artemisa, diosa de la cacería, la luna. 

Notas a "El Ágora"


[1] Aquiles actúa movido por Hera, la Juno de los romanos, esposa de Zeus, quien favorecería a los aqueos porque le rendían culto en Argos y odiaba a los troyanos porque en el juicio de Paris fue pospuesta por Afrodita. Ilíada, XXIV, 28
[2] Literalmente “totalmente negro el diafragma”, que para los antiguos constituía el centro de la actividad emotiva e intelectual.
[3] Calcas: significa etimológicamente “el de profundos pensamientos”. Agamenón le llama “adivino de males” porque había predicho que la guerra de Troya duraría 10 años y tal vez porque exigió para obtener los vientos propicios, cuando estaba detenida la flota en Áulide, el sacrificio de Ifigenia, si bien no se alude a él directamente en la poesía homérica.
[4] BRISEIDA: hija de Brises, vivía en Lirneso, ciudad tomada por Aquiles en la misma expedición en que fue hecha esclava Criseida, al conquistar la ciudad de Tebas. (Ilíada, II, 690)  Briseida es el patronímico;  se sabe que su nombre propio era Hipodamia.
[5] A la diosa ATENEA se el aplica el epíteto “que lleva la égida”. Égida significa escudo o coraza de la  piel de la cabra Amaltea, adornada con la cabeza de Medusa,que ya como escudo, , ya ceñida al cuerpo como coraza, ya flotante como manto, es atributo de Zeus y de Palas Atenea. Por extensión, significa escudo y en sentido figurado, metafórico, protección o defensa.  También se le aplica el epíteto de “la de ojos de lechuza”. La lechuza es el ave sagrada de Atenea y de la ciudad de Atenas.
[6] El Olimpo es un monte situado en la frontera de Tesalia y Macedonia, cuya cima penetra en la región de las nieves  perpetuas, donde tenían su morada los dioses superiores.
[7] Néstor, rey de Pilo, hijo de Neleo, “había visto perecer dos generaciones y reinaba sobre la tercera.” Según  los comentaristas tenía 70 años y era el más anciano de los reyes aqueos.
[1] Le acompaña el Menetíada, es decir, su inseparable amigo Patroclo, hijo de Menetio, que fuera uno de los Argonautas. 
[1] También llamado Cronida, hijo de Cronos.

 

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