LA TRAGEDIA GRIEGA
CARACTERÍSTICAS DE LA TRAGEDIA GRIEGA.
Definición de Aristóteles:
«Imitación (mímesis) de una acción (praxis) de carácter elevado y completo, con cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena de bellezas de una especie particular según sus diversas partes. Imitación que ha sido hecha o lo es por personajes en acción y no a través de una narración, la cual, moviendo a compasión y temor, provoca en el espectador la purificación (katharsis) propia de estos estados emotivos. »
Aristóteles Arte poética
Sigamos los componentes de la definición para explicar su contenido:
1) Imitación o mímesis: Además de imitación, mímesis puede significar reproducción o sinónimos más teatrales como representación (volver a hacer presente), recreación, figuración... Pero esta mímesis griega es algo más que la imitación ficticia del teatro moderno. El actor griego trata de hacer presente al personaje que encarna viviéndolo a fin de conseguir que los espectadores simpaticen con él.
2) Imitación de una praxis: La imitación de la que hablamos no está solo en la apropiación por parte del actor de las características de los personajes. Incluso diríamos que no es esto lo más necesario. No se trata de imitar una psicología, una esencia que deba imprimir su sello a una acción; al contrario, se trata de imitar las acciones trágicas, pues son estas las que definen al personaje y no a la inversa.
La acción trágica debe estar orgánicamente estructurada; es decir, la acción en su totalidad debe presentársenos como un todo armónico cuya coherencia se debe a la unión estrecha de sus partes entre sí, y de todas ellas con la exposición general. Todo ello es causado por algo, no hay nada gratuito.
3) La praxis de la tragedia: La acción de la tragedia toma cuerpo en la materia mítica . El mito, por tanto, precede a la tragedia. El mito es un relato ya estructurado, universalmente válido en razón de sus posibilidades significativas, al que los géneros artísticos podrán concretar según sus formas de expresión. Es posible que la tragedia sea la forma más patética de todas. Y esta será tanto más sugerente y efectiva cuanto más poética sea su forma de plasmarse. De ahí que Aristóteles exija que la tragedia se muestre en un lenguaje agradable, lleno de belleza.
Finalmente, está clara en Aristóteles la correlación y oposición epopeya -narración / tragedia-acción.
La acción debe ser asumida por el personaje de modo responsable.
Intencionadamente estamos empleando, al hablar de las acciones trágicas, los términos mito y mítico, tomados en el sentido moderno de casos ejemplares. Hemos evitado el término mitológico. Hacemos esta salvedad porque es aquí indicado señalar que no todas las tragedias están sacadas de la mitología. Algunas se apoyan en relatos históricos, como Los Persas, de Esquilo, quizá la primera de las tragedias conservadas. Evidentemente, por arte del discurso artístico, muchas veces el discurso dramático, el relato histórico puede alcanzar un nivel mítico suficiente como para convertirlo en ejemplar. A lo largo de la historia del teatro veremos cómo los autores de tragedias acuden a la mitología, a la historia, o a los propios dramas trágicos de sus predecesores, especialmente a los trágicos griegos.
Historia básica del arte escénico.
César Oliva- Francisco Torres Monreal
SENTIDO Y FORMA DE LA TRAGEDIA
Tabaré J. Freire
Para entender un texto trágico griego, es necesario partir de ciertas premisas, que constituyen los puntos de apoyo de la concepción trágica.
Entendemos por tragedia la inútil lucha de un carácter contra una fuerza superior; el fracaso del héroe debe entenderse siempre como un acto de justicia que castiga su pecado de soberbia.
(La inútil lucha del héroe contra el Destino)
Analicemos los elementos de esta definición. Cuando nos referimos a un carácter, queremos significar una persona enérgica, segura de sí misma y dispuesta a imponer su personalidad, incluso cometiendo acciones que, de acuerdo con las ideas religiosas helénicas, no están permitidas por el destino (Moira)
Y es la Moira, precisamente, esa fuerza superior que hemos mencionado.
Por Moira llegó a entenderse, en el siglo V, las acciones lícitas que el hombre puede realizar durante su existencia, sin interferir en la Moira o destino de los demás hombres. Recuérdese, a este respecto, la idea homérica de acciones contra el destino que no pueden ser felizmente culminadas, como la toma de Troya por Patroclo, por ejemplo: «¡Retírate, Patroclo del linaje de Zeus! el destino no quiere que la ciudad de los nobles troyanos caiga bajo tu lanza ni la de Aquiles, que tanto te supera.» (Ilíada, C. XVI, 707 ss) En este caso, Patroclo retrocede ante la advertencia de Apolo: pero el carácter que cree posible escapar a la justicia de los dioses después de violar el destino, comete el pecado trágico por excelencia: HYBRIS, el pecado de exceso que es la soberbia.
HYBRIS es el pecado cometido por los caracteres que creen posible realizar acciones no permitidas por el destino (Moira) y escapar a la justicia (Diké) que los dioses se encargan de hacer cumplir.
Lo trágico consiste en que el hombre no puede no cometer ese pecado, porque actúa enceguecido por la soberbia y, aunque conozca por anticipado lo que va a sucederle, igual peca. Al héroe trágico siempre se le advierte sobre su destino, pero resulta impotente para no enfrentarlo. Y el cumplimiento del destino es un acto de justicia que castiga a aquella soberbia cuando:
«...el hombre menosprecia a los dioses y suelta su lengua con necia alegría y, mortal como es, lanza a gritos arrebatadas palabras que llegan hasta el mismo Zeus.» (Esquilo, Los siete contra Tebas, vs 440 ss)
Porque no solo se castigan las acciones, sino también las palabras soberbias. Pero Esquilo quiere enseñar, hacer de la tragedia un espectáculo pedagógico, en el que se asiste a la representación de un caso de hybris castigada. La enseñanza radica fundamentalmente en establecer que la piedad consiste, tanto en el respeto por los dioses y sus leyes no escritas, como en el autodominio de las pasiones; y se supone que esta enseñanza llega más profundamente cuando el espectador contempla el castigo de la soberbia. Esta enseñanza, para Esquilo, proviene en última instancia, del mismo Zeus:
«Zeus enseñó a los mortales a reflexionar, estableciendo que se hicieran señores de la sabiduría solo a través del dolor. Y también, que cuando el corazón destila sus remordimientos durante el sueño, a pesar suyo les llegue la moderación. » ( Agamenón, vs 176.)
La moderación (SOPHROSYNE) es la finalidad última de la enseñanza que llega a través de la contemplación de un caso de hybris castigada; pero la moderación es la disciplina más difícil para el hombre. Para el poeta la soberbia es una tendencia innata en el hombre, capaz de manifestarse en determinadas circunstancias y de producir determinadas consecuencias nefastas, tanto para el soberbio como para la sociedad.
Desde luego que la consecuencia más importante de la soberbia es el castigo divino:
«Hay una ley que durará lo mismo que dure Zeus: al culpable, el castigo. Tal es el orden divino.» (Agamenón, vs 1562 ss)
A esta llaman las Erinys «la antigua ley» que es, en definitiva, la ley del Talión. Es esta una concepción mecánica de la justicia, de la que se hace custodio el propio Zeus. En este sentido, Esquilo mantuvo en la figura del dios aquellos caracteres que ya aparecían en la Ilíada , señalando además el rigor conque aplica su justicia:
«Jamás deja sin castigo Zeus justiciero la soberbia desenfrenada, ni se olvida de pedir estrecha cuenta de nuestras acciones.» (Esquilo, Los persas vis 286 ss )
Se insiste en el castigo de la soberbia
desenfrenada, es decir, lo que se designa con el nombre de HYBRIS; en el fondo se trata
del individualismo llevado hasta la negación del poder de los dioses. La soberbia,
en este sentido es la creencia desarrollada en los mortales puestos en gran altura, ya sea por
su valor, su abolengo o su fortuna, e , incluso por su poder, de que pueden
actuar libremente, sin sujetarse a las leyes humanas y divinas.
Para Esquilo, «De la flor de la soberbia nace la espiga del crimen y la mies que se recoge es mies de lágrimas. » (Los persas, vs 821 y ss) Pero no siempre, para Esquilo, es la voluntad pecaminosa del hombre la que actúa; el poeta cree también que en la existencia de un destino adverso y, más aún en la actividad perniciosa de divinidades contrarias, que impulsan al hombre hacia el mal, como ya lo había establecido Homero en la concepción de ATÉ, la ceguera moral, que impulsa al hombre a cometer acciones no dispuestas por el destino. En otras ocasiones, es la fuerza irracional de la maldición proferida contra alguien, como reconoce uno de los personajes de Los siete contra Tebas:
«... es la maldición de mi padre que se apronta a cumplirse. Llena de odio y con los ojos secos y sin lágrimas, llega a mi lado y me grita: Primero la venganza y después la muerte. » (vs 695 ss)
El mismo fundamento tiene la historia de los Labdácidas, que Esquilo trató en la Edipodia, de la cual no conservamos ningún texto, pero cuyo contenido conocemos a través de tres tragedias de Sófocles. De una maldición paterna, aceptada y puesta en marcha por los dioses, especialmente por Apolo, que es el dios oracular, nace toda la desastrosa carrera de Edipo como parricida e incestuoso.
Cuando se trata de un crimen cometido en el seno de una familia, la imprecación del muerto es recogida por las Erinys, divinidades subterráneas, hijas de la Noche, que fueron engendradas « para castigo de vivos y de muertos» ; su tarea consiste en «arruinar las casas donde Ares, en traidora guerra de familia, arma a parientes contra parientes. » Esquilo Las euménides, vs 336 ss
Continuará
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